«No quiero colonia, ni con España ni los Estados Unidos. Deseo y quiero a mi patria libre y soberana, porque sin libertad no hay vida digna ni progreso positivo». (Ramón Emeterio Betances)

Un día como hoy, 25 de julio en el 1898, el imperialismo yanki invadió y ocupó nuestras tierras a través de su fuerza militar hace ya 124 años, imponiendo sus leyes, cultura, lengua y el racismo chauvinista norteamericano. Esto bajo el mando del general Nelson Miles, quien fue el genocida que masacró a los aborígenes norteamericanos en Wounded Knee, South Dakota, en 1890.
Debemos señalar que en estos años despuntaba el auge económico de los Estados Unidos en el período del imperialismo a fines del siglo XIX, en el que comenzaba a extender sus tentáculos monopolistas y la implementación de la Doctrina Monroe, cuando bajo el pretexto del hundimiento del barco Maine en Cuba, inician la Guerra Hispanoamericana en la cual se apoderan de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam. Esta fue la fase de aceleración industrial de EEUU en la que comenzó a establecer su dominio como país imperialista, consolidándose como tal a mediados del siglo XX.

En este contexto es que se da la invasión a Puerto Rico y desde entonces, el país que dice ser el campeón de la democracia, nos mantiene bajo un vergonzoso sistema opresor y de explotación. No es casualidad que este día 25 de julio sea día de la constitución y la fundación del “Estado Libre Asociado”, que ni es libre ni asociado, sino subordinado (colonia). Esto representa una burla a nuestra dignidad nacional y de clase. La intención es simplemente borrar el crimen bochornoso que fue tal ocupación de la memoria colectiva de nuestro pueblo en lucha por su soberanía e independencia.
Luis Muñoz Marín se prestó para esta artimaña, que representa su cobardía, como lo fue su padre, Luis Muñoz Rivera, colaborador del imperio español y luego del imperialismo norteamericano. Muñoz Marín fue el mismo quien años antes de la fundación del ELA reprimió y criminalizó al Partido Nacionalista y toda la identidad nacional con su infame Ley de la Mordaza, ilegalizando incluso la bandera puertorriqueña y declarándola subversiva, misma bandera que en el 1952 coaptó como símbolo de la colaboración entre el imperio y la colonia el supuesto Estado Libre Asociado, y alteró incluso los colores originales de ésta para asemejarse más a la bandera yanki.
La Ley de la Mordaza, promovida en junio de 1948, fue un calco de la Ley Smith de 1940 promovida por Muñoz Marín cuando fuera presidente del Senado de Puerto Rico, aprobada por el PPD y firmada por el primer gobernador puertorriqueño nombrado por el presidente estadounidense Truman en 1946, Jesús T. Piñero.
Poco más de diez años antes de la creación del Estado Libre Asociado, ya estaba fraguada la infamia de la imposición de un estado colonial para Puerto Rico. Esto lo recogió el Comandante Juan Antonio Corretjer, en el Capítulo 10, “Pan, Tierra y Libertad”, de su libro La lucha por la independencia de Puerto Rico (p. 121-123), que aquí le compartimos.

El repudio a estas condiciones y al ELA siguió creciendo a través de los años, lo que conllevó a un fervor de militancia y rechazo a nuestro estatus colonial, entrando en una nueva etapa de lucha caracterizada por el surgimiento de grupos clandestinos armados y el fervor socialista. Una vez, más el lacayo gobierno colonial planificó la ejecución el 25 de julio de 1978 en el Cerro Maravilla, de dos jóvenes independentistas, Arnaldo Darío Rosado y Carlos Soto Arriví, guiados por el infiltrado agente del estado Alejandro González Malavé y en complicidad con el gobernador en aquel entonces, Carlos Romero Barceló ¡Prohibido Olvidar!
Hoy día. al igual que en aquel entonces con Muñoz Marín, los melones reformistas se prestan a perpetuar nuestra condición colonial-capitalista intentando legitimar su participación en el proceso parlamentario electoral. Como comunistas, entendemos que es la clase trabajadora la única capaz de liderar la lucha que conlleve a una revolución, a una transformación cualitativa de las condiciones materiales. Todo esto fuera de la trampa y el engaño electoral burgués, de hacernos creer en la falacia electoral.
Solo la unidad con principios y la lucha en los talleres y en la calle, conllevará al cambio que deseamos, que es la abolición de toda explotación. Asumamos nuestra tarea histórica. Construyamos el partido de vanguardia de la clase obrera, el Partido Comunista Revolucionario (ML), y hagamos lo imposible. Construyamos nuestro futuro. ¡Viva Puerto Rico libre y comunista!

Extracto de la La lucha por la independencia de Puerto Rico, Capitulo 10 “Pan, Tierra y Libertad” (Pp. 121-123), Comandante Juan Antonio Corretjer
“En septiembre de 1939, una tarde de domingo, recibimos los que entonces estábamos presos en Atlanta, la visita de un funcionario del gobierno yanqui. Según sus credenciales y sus palabras, había venido a vernos en misión de “su” gobierno. Puertorriqueño residente en Wáshington desde sus años de estudiante de abogacía, allí había residido y casado desde principios de siglo, y desde entonces servía a “su” gobierno en el Departamento de Estado o en el de Justicia. Su nombre es Pedro Capó Rodríguez. Nos dijo que traía instrucciones de “su” gobierno de reconocer que Estados Unidos estaba inevitable mente enfilado hacia una guerra, y reconocía lealmente que no podía enfrentarse a las responsabilidades de una guerra mundial sin la “solidaridad hemisférica”. Y que la tal “solidaridad hemisférica” tenía un obstáculo en su camino: los errores “involuntarios” cometidos por Estados Unidos en Puerto Rico. El peor de esos errores, decía él, era nuestro encarcelamiento. El gobierno, seguía diciendo, reconocía que no era aquella prisión nuestro sitio, sino Puerto Rico, en donde debíamos ocupar las posiciones de bien público que mejor que ningunos otros puertorriqueños merecíamos. Y él tenía autoridad de “su” gobierno para asegurarnos que el gobierno estaba dispuesto a ponernos pronta, inmediatamente en Puerto Rico “sanos y salvos como entraron en Atlanta”. Además, el gobierno hacía solemne promesa de “garantizar unas elecciones libres”, para que el Partido Nacionalista ganara las elecciones de 1940, substituyendo al desacreditado General Winship con “una figura prestigiosa” que devolviera al gobierno el prestigio “perdido”. Y se comprometía además el gobierno a extender a Puerto Rico “una autonomía tan amplia, tan amplia, como que equivaldría a una independencia sin bandera”. Para ganar nuestra inmediata excarcelación, nuestro regreso inmediato a Puerto Rico; para ganar las posiciones públicas “que mejor que ningún otro puertorriqueño merecíamos”; para tener unas “elecciones libres que el Partido Nacionalista pudiera ganar”; y “una autonomía tan amplia, tan amplia, que equivaldría a una independencia sin bandera”, lo único, lo único que nosotros teníamos que hacer—nosotros, pobres presos en tierra enemiga, a miles de millas de nuestra patria—lo único sería declarar que “la independencia no está en issue” y pedir a nuestros amigos en América Latina que suspendieran la intensa campaña pro independencia de Puerto Rico que en aquellos tiempos agitaba a todo el continente hispanoparlante.
Me dijo Albizu Campos que le diera al Dr. Capó mi parecer. Y mi parecer fue que aquella era una proposición indigna, que sólo la independencia de mi patria podía resolver la cuestión pendiente entre Estados Unidos y Puerto Rico; que en las letrinas de Atlanta estábamos sirviendo al país, y que si Estados Unidos reconocía plenamente la independencia de Puerto Rico, yo, personalmente, propondría la disolución del Partido Nacionalista y me iría a vivir a mi pueblo natal de Ciales, y no saldría de allí ni para visitar al pueblo más cercano. Dije otras cosas más. Posteriormente Albizu Campos, en el patio de Atlanta, al felicitarnos a todos, a mí, en aparte, me recriminó la innecesaria virulencia de mi actitud. Y yo me acordaba de lo que dicen en mi nativa montaña frontoneña: ¡genio y figura hasta la sepultura! Todos los que estábamos presos en Atlanta asumieron igual posición patriótica. Fueron ellos, además de Albizu Campos y el que esto escribe: Clemente Soto Vélez, Juan Gallardo Santiago, Luis F. Velázquez, Pablo Rosado Ortiz, Julio Héctor Velázquez y Erasmo Velázquez.
El emisario del gobierno se retiró rindiéndonos honores pero advirtiendo que su misión comenzaba en Atlanta, pero no terminaba allí; que vendría a Puerto Rico y entrevistaría a otros líderes puertorriqueños. Y efectivamente así lo hizo. Y vio a Muñoz Marín, y la independencia “no estuvo en issue”.
Pobres gentes, que las miserables sobrajas desperdiciadas por unos hombres medio muertos de hambre, en harapos, y presos a miles de millas de su patria, fueron bastante para saciarlas. ¡Y ni siquiera han tenido hombría para hacer que les cumplieran lo que les prometieron en cambio de sus pobres almas enanas! ¡Los han conformado con mucho menos, y los pobres diablos para no pensar se desmontan la cabeza y para demostrar que no tienen corazón todos los días se hacen más despreciables, no sólo ante su pueblo, sino además ante sus amos, que los desprecian tanto como los utilizan!”
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